miércoles, 23 de mayo de 2012

Mikhail Bakunin - "Escritos de Filosofía Política - Parte II"


Compilación de G. P. Maxinoff. Digitalización KCL.
PARTE SEGUNDA*

CRÍTICA A LA SOCIEDAD EXISTENTE



LA PROPIEDAD SÓLO PODÍA SURGIR EN EL ESTADO


Los filósofos doctrinarios, como los juristas y economistas, suponen siempre que la propiedad surgió antes de aparecer el Estado. Pero es evidente que la idea jurídica de la propiedad, como la ley familiar, sólo pudo surgir históricamente dentro del Estado, cuyo primer acto inevitable fue el establecimiento de esta ley y de la propiedad.

La propiedad es un Dios. Este Dios tiene ya su teología (denominada política y Derecho), y también su moralidad, cuya más adecuada expresión se resume en la frase: «Este hombre vale mucho».

Teología y metafísica de la propiedad. El Dios propiedad tiene también su metafísica: es la ciencia de los economistas burgueses. Como cualquier metafísica, es una especie de oscuridad crepuscular, un compromiso entre la verdad y la falsedad, del cual se beneficia esta última. Intenta proporcionar a la falsedad el aspecto deja verdad, y conduce la verdad a la falsedad. La economía política busca santificar la propiedad a través del trabajo y presentarla como realización o fruto del trabajo. Porque el trabajo humano el sagrado, y todo cuanto se base en él es bueno, justo, moral humano, legítimo. Sin embargo, es preciso tener Una terca para tragarse esta doctrina  pues vemos a la gran, mayoría de }os obreros privados, de toda propiedad; Y lo que es mas, tenemos las confesiones de los economistas y sus propias pruebas científicas en el sentido de que bajo la actual organización económica, tan apasionadamente defendida por ellos, las masas jamás accederán a la propiedad, en consecuencia, su trabajo no las emancipa ni las ennoblece, porque a pesar de él están condenadas a permanecer sin; propiedad para siempre, es decir, fuera de la moralidad y la humanidad.

Sólo el trabajo no-productivo desemboca en la propiedad. Por otra parte, vemos que los más ricos propietarios, por consiguiente los ciudadanos más valiosos, humanos, morales y respetables, son precisamente los que menos, trabajan o los que no trabajan en absoluto. Se suele responder que actualmente un hombre no puede seguir siendo rico, preservar y menos aun Incrementar sus posesiones Sin trabajar. Por eso mismo vale la pena ponerse de acuerdo sobre el uso adecuado de la palabra trabajo; hay trabajo; y trabajo. Hay trabajo productivo y trabajo explotador.

El primero es el esfuerzo del proletariado; el segundo es el de los propietarios. El que se embolsa el producto  de tierras cultivadas por otro, se limita a explotar su trabajo, y el que incrementa el valor de su capital con la industria y el comercio, explota el trabajo de otros. Los bancos que se enriquecen como resultado de miles de transacciones crediticias, los especuladores de la Bolsa, los tenedores de acciones que obtienen grandes dividendos sin levantar el dedo; Napoleón III, que se hizo tan rico que fue capaz de enriquecer a todos sus protegidos; el Kaiser Guillermo que, orgulloso de sus victorias, se está preparando para confiscar miles de millones a la pobre y desgraciada Francia y que ya se ha hecho rico y está enriqueciendo a sus soldados con el botín; todas esas personas son trabajadores, ¡pero qué tipos de trabajadores! salteadores de caminos. Los ladrones y los que se dedican al simple hurto son «trabajadores» en mucha mayor: medida, porque a fin de  enriquecerse a su manera, deben «trabajar» con sus manos.

Es evidente para todos los que no estén ciegos en este terna que el trabajo productivo crea riqueza y entrega a los productores sólo miseria; mientras que el trabajo no productivo y explotador es el único capaz de otorgar propiedad, y como la propiedad es moralidad, se deduce de de lo que la moralidad, según la entienden los burgueses, consiste en explotar el trabajo de otro.

La propiedad y el capital son esencialmente explotadores del trabajo. ¿Es necesario repetir aquí los argumentos irrefutables del socialismo, que ningún economista burgués ha conseguido refutar hasta el presente? ¿Qué son la propiedad, el capital en su forma contemporánea? Para el capitalista y el propietario significan el poder y el derecho, garantizados por el Estado, de vivir sin trabajar y puesto que ni la propiedad ni el capital producen nada cuando no están fertilizados por el trabajo, esto significa poder y derecho para vivir explotando el trabajo de otro, derecho a explotar el trabajo de quienes no poseen propiedad ni capital y se encuentran, por lo tanto, forzados a vender su fuerza productiva a los afortunados propietarios.

La propiedad y el capital son inicuos en su origen histórico y parasitarios en su actual funcionamiento. Obsérvese que he prescindido por completo de la siguiente cuestión: ¿cómo llegaron la propiedad y el capital a caer en manos de sus presentes poseedores? Esta es una pregunta que, concebida desde la perspectiva de la historia, la lógica y la justicia, no puede responderse sino de un modo acusatorio para los propietarios actuales. Me limitaré por eso a afirmar que los propietarios y capitalistas viven todos a expensas del proletariado mientras no obtengan la subsistencia a partir de su propio trabajo productivo sino de rentas rústicas o urbanas, intereses del capital, o por la especulación sobre tierras, edificios y capital, o mediante la explotación comercial e industrial del trabajo manual del proletariado. (La especulación y la explotación también constituyen sin duda una especie de trabajo, pero enteramente no-productivo.

La prueba crucial de la institución de la propiedad. de sobra que este modo de vida es muy estimado en todos los países civilizados, que resulta expresa y amorosamente protegido por todos los Estados; y que los Estados las religiones y todas las leyes jurídicas, tanto criminales, como civiles, así como todos los gobiernos políticos, monárquicos y republicanos -con sus inmensos aparatos judiciales y policíacos y sus ejércitos en pie de guerra- no tienen más misión que consagrar y proteger tales prácticas. En presencia de esas autoridades poderosas y respetables no puedo permitirme siquiera preguntar si este modo de vida es legítimo desde la perspectiva de la justicia, la libertad, la igualdad y la fraternidad humana. Me pregunto simple mente: en tales condiciones, ¿son posibles la fraternidad y la igualdad entre el explotador y el explotado? ¿Son posibles la justicia y la libertad para los explotados?

La insuficiencia de la reivindicación teórica del capitalismo. Supongamos incluso, como defienden los economistas burgueses -y con ellos todos los abogados, todos los adoradores y creyentes en el derecho jurídico, todos  los sacerdotes del código civil y penal- que esta relación económica entre explotador y explotado es enteramente legítima y constituye la consecuencia inevitable, el producto de una ley social eterna e indestructible. De todas formas, seguirá siendo cierto siempre que la explotación excluye la hermandad y la igualdad.

Y no hace falta decir que dicha relación excluye la igualdad económica.

El monopolio clasista de los medios de producción es un mal básico. ¿Puede significar la emancipación del trabajo algo distinto de su liberación del yugo de la propiedad y el capital? ¿Y cómo podemos impedir que ambos dominen y exploten el trabajo cuando, separados de él, son el monopolio de una clase que continúa oprimiendo; al mundo del trabajo cobrando las rentas de la tierra: los intereses del capital sin necesidad de trabajar para vivir:" debido precisamente al uso exclusivo de ese capital y es propiedad? Tal clase, que extrae su fuerza de su propia posición monopolística, se apodera de todos los beneficios de las empresas industriales y comerciales, dejando a los  obreros -oprimidos por la competencia mutua en torno a los empleos a que se ven obligados- solo el mínimo necesario para no morir de hambre.

Ninguna ley política o jurídica, por severa que sea, puede evitar esta dominación y explotación; ninguna ley puede enfrentarse al poder de este hecho profundamente enraizado; ninguna puede evitar que esta situación produzca sus resultados naturales. De aquí se deduce que mientras existan la propiedad y el capital, por una parte, y el trabajo por la otra, constituyendo los primeros la clase burguesa y el segundo el proletariado, el obrero será el esclavo y el burgués el amo.

Abolición del derecho a la herencia. ¿Pero qué es lo que separa la propiedad y el capital del trabajo? ¿Qué produce las diferencias económicas y políticas entre las clases? ¿Qué es lo que destruye la igualdad y perpetúa la desigualdad, los privilegios de un pequeño número de personas y la esclavitud de la gran mayoría? Es el derecho a la herencia

Mientras el derecho a la herencia conserve su fuerza, nunca habrá igualdad económica, social y política en este mundo; y mientras e esta la desigualdad, existirán también la opresión y la explotación.

Por consiguiente, desde la perspectiva de la emancipación integral del abajo y los trabajadores, hemos de tender a la abolición del derecho a la herencia.

Lo que queremos y lo que debemos abolir es el derecho a heredar, fundado sobre la jurisprudencia y base misma de la familia jurídica y el Estado.

Estrictamente hablando, la herencia asegura a los herederos, completo o parcialmente, la posibilidad de vivir sin trabajar cobran un tributo al trabajo colectivo bien como renta de la tierra o como interés del capital. Desde nuestra el capita y la tierra, todos los instrumentos materiales necesarios ara el trabajo, deben convertirse siempre en propiedad colectiva de todas las asociaciones de productores y dejar de ser transmisibles por la ley de la herencia.

Sólo a ese precio es posible conseguir la igualdad y en consecuencia, la emancipación del trabajo y de los trabajadores.



EL RÉGIMEN ECONÓMICO ACTUAL


Tendencias generales del capitalismo.La producción capitalista y la especulación bancaria -que a la larga devota esta producción- deben ampliarse sin cesar a expensas de las empresas especulativas y productivas menores tragadas por ellas; deben convertirse en unos pocos monopolios universales con poder sobre toda la tierra.

En el campo económico, la competencia destruye y devora a las empresas capitalistas, fábricas, fincas rústicas y casas comerciales pequeñas y medias en beneficio de concentraciones capitalistas, empresas industriales y firmas mercantiles  de grandes dimensiones.

Creciente concentración de la riqueza. Esta riqueza; es exclusiva y cada día tiende a serlo más, concentrándose: en manos de un número cada vez más pequeño de personas; y arrojando al estrato inferior de la clase media -la pequeña, burguesía- al estatuto del proletariado, con lo culpar al desarrollo de esta riqueza está directamente ligado a la pobreza creciente de las masas de trabajadores. De aquí se deduce que el abismo establecido entre la minoría afortunada y privilegiada y los millones de trabajadores que mantienen a esta minoría mediante su propio trabajo se amplia sin cesar, y que cuanto más ricos se hacen los explotador del trabajo, más miserable va pasando a ser la gran masa de trabajadores.

Proletarización del campesinado. La pequeña propiedad campesina, abrumada por deudas, hipotecas, impuestos  y tipo de recaudaciones, se derrite y escapa del propietario ayudando a redondear las posesiones siempre crecientes los grandes terratenientes; una ley económica inevitable fuerza al campesinado a entrar en las filas del proletariado.

En su forma actual, ¿qué son la propiedad y el capital? para el capitalista y el propietario significan el poder y el derecho, garantizados por el Estado, de vivir sin trabajar, y puesto que ni la propiedad ni el capital producen nada si lo están fertilizados por el trabajo, esto implica el poder y el derecho de vivir explotando el trabajo de otro, el  derecho a explotar el trabajo de quienes no poseen m propiedad ni capital y se ven forzados a vender su fuerza productor va a !os afortunados propietarios de ambas cosas...

La explotación es la esencia del capitalismo.Supongamos incluso, como defienden los economistas burgueses -y con ellos todos los abogados, todos los adoradores  y creyentes en el derecho jurídico, todos los sacerdotes del código civil y penal-, que esta relación económica entre explotador y explotado es enteramente legítima y constituyente la consecuencia inevitable, el producto de una  ley social eterna e indestructible. De todas formas, seguirá siendo cierto siempre que la explotación excluye la hermandad y la igualdad para los explotados.

Los obreros, forzados a vender su trabajo. No hace falta decir que excluye la igualdad económica. Supongamos que yo soy el obrero y que tú eres mi patrón. Si ofrezco mi trabajo al precio más bajo y permito que vivas de, él no es ciertamente por devoción o por un amor fraterno y ningún economista burgués se atrevería a decirlo, aunque su razonamiento se haga idílico e ingenuo cuando comienza a hablar de los afectos recíprocos y las relaciones mutuas que debieran existir entre patronos y empleados. Lo hago por mi familia y para no morirme de hambre. En consecuencia, me veo forzado a venderte mi trabajo al precio más posible, y me veo forzado a ello por la amenaza hambre.

Vender la fuerza de trabajo no es una transacción. Pero -nos dicen los economistas- los propietarios, capitalistas y patronos también se ven forzados a buscar y comprar el trabajo del proletariado. Sí, es cierto, se ven forzados a ello, pero no en la misma medida. De haber existido igualdad entre quienes ofrecen su trabajo y quienes lo compran, entre la necesidad de vender el propio trabajo y la necesidad de comprarlo, no existirían la esclavitud ni la miseria del proletariado. Pero entonces tampoco existirían los capitalistas, ni los propietarios, ni el proletariado, ni los ricos, ni los pobres: sólo habría trabajadores. Precisamente porque tal igualdad no existe, tenemos y estamos destinados a seguir teniendo explotadores.

El crecimiento del proletariado desborda la capacidad productiva del capitalismo. Esta igualdad no existe porque en la sociedad moderna, donde la riqueza se produce gracias a los salarios que el capital paga al trabajo, el crecimiento de la población desborda la capacidad productiva del capitalismo, lo cual desemboca en que el suministro de trabajo excede necesariamente la demanda y conduce aun hundimiento relativo en el nivel de salarios. La producción así constituida, monopolizada y explotada por capital burgués, se ve empujada por la competencia entre capitalistas a concentrarse cada vez más en manos de un número progresivamente menor de capitalistas poderosos, o en manos de compañías por acciones, cuya acumulación de capital les permite ser más poderosas que los más grandes capitalistas aislados. (Los capitalistas pequeños y medianos, incapaces de producir al mismo precio que los grandes capitalistas, sucumben naturalmente en esta lucha a muerte). Por otra parte, todas las empresas se ven forzadas por la competencia misma a vender sus productos al precio más bajo posible.

El monopolio capitalista sólo puede alcanzar este doble resultado forzando la desaparición de un número creciente de capitalistas pequeños o medios, especuladores, comerciantes o industriales, y lanzándoles al mundo del proletariado explotado, mientras al mismo tiempo rebaña dividendos cada vez mayores de los salarios de ese mismo proletariado.

La creciente competencia en la búsqueda de trabajo fuerza el descenso en los niveles salariales. Por otra parte, la masa del proletariado, al crecer como resultado, del incremento general de la población -cosa que, como sabemos, ni siquiera la pobreza puede detener eficazmente- y a través de la creciente proletarización de la pequeña burguesía, ex-propietarios, capitalistas, comerciantes e industriales -con un ritmo, como ya he señalado, mucho más rápido que las capacidades productivas de una economía explotada por capital burgués- se encuentra en una situación en la que los mismos trabajadores se ven obligados a una competencia desastrosa entre ellos.

Puesto que no poseen medio alguno de existencia salvo su propio trabajo manual, el miedo a verse sustituidos por otros les fuerza a venderlo al precio más bajo. Esta tendencia de los obreros, o más bien la necesidad a que les condena su propia pobreza, combinada con la tendencia de los patronos a vender los productos de sus obreros, y por consiguiente a comprar el trabajo de éstos, al precio más bajo, reproduce y consolida constantemente la pobreza del proletariado. Al encontrarse en un estado de pobreza, el obrero se ve forzado a vender su trabajo por casi nada, y como vende este producto por casi nada, se va hundiendo en una pobreza cada vez mayor.

La explotación intensificada y sus consecuencias. ¡Desde luego, en una miseria cada vez mayor! Porque en este trabajo propio de galeotes, la fuerza productiva de los trabajadores, al ser mal usada, explotada: despiadadamente, derrochada en exceso y alimentada de modo deficiente, se agota rápidamente. Una vez que el obrero queda agotado ¿cuál puede ser su valor en el mercado? ¿Qué valor tiene este único bienposeído por él, y de cuya venta diaria depende su sustento? ¡Ninguno! ¿Y entonces? Entonces al obrero no le queda más que morir.

En un país dado, ¿cuál es el salario más bajo posible? Es el precio de lo que los proletarios de ese país consideran absolutamente necesario para subsistir. Todos los economistas burgueses están de acuerdo en este punto...

La ley de hierro de los salarios. El precio efectivo de los bienes primarios constituye el nivel predominante constante, sobre el cual los salarios del proletariado nunca pueden elevarse durante mucho tiempo, pero por debajo del cual caen muy a menudo esto suscita constantemente inanición, enfermedad y muerte, hasta que desaparece Un número de obreros suficiente como para igualar de nuevo, la oferta y la demanda de trabajo.

No hay igualdad de poder negociador entre patrono y obrero. Lo que los economistas llaman equilibrio de la oferta y la demanda no constituye una verdadera igualdad entre quienes venden su trabajo y quienes lo compran., Supongamos que yo, un productor de manufacturas, necesito cien obreros y que se presentan exactamente cien al mercado de mano de obra; sólo cien, porque si viniesen más, la oferta superaría la demanda y produciría una reducción en los salarios. Dado que sólo aparecen cien y yo el productor, solo necesito ese número -ni uno más ni uno menos-, parecería establecida inicialmente una completa igualdad; siendo numéricamente iguales la oferta y la demanda, podrían del mismo modo ser Iguales en otros aspectos.

¿Se sigue de ello que los obreros pueden exigirme un salario y las condiciones de trabajo acordes con una existencia verdaderamente libre, digna y humana? En absoluto Si les garantizo esas condiciones y esos salarios, yo, el capitalista, no me beneficiaré más que ellos. Pero ¿para qué habría de perjudicarme y arruinarme ofreciéndoles los beneficios de mi capital? Si quiero trabajar como los obreros, invertiré mi capital en otra parte, allí donde pueda conseguir el interés más elevado, y ofreceré mi trabajo: a algún capitalista, tal como hacen mis obreros.

Si, beneficiándome de la poderosa iniciativa que me permite mi capital, pido a esos cien obreros que fecunden dicho capital con su trabajo no es porque sienta simpatía hacia sus sufrimientos, ni tampoco por un espíritu de justicia, ni por amor a la humanidad. Los capitalistas no son en modo alguno filántropos; se arruinarían si practicase la filantropía. Mi móviles extraer del trabajo de los obrero un beneficio suficiente para vivir cómodamente, incluso de modo lujoso, mientras Incremento al mismo tiempo mi capital y todo ello si necesidad de trabajar yo  mismo.

Naturalmente, yo también trabajare, pero mí trabajo será de un tipo completamente distinto, y seré remunerado con una cantidad muy superior a la de los obreros. No será un trabajo de producción, sino de administración y explotación.

Monopolización del trabajo administrativo. Pero, ¿No es el trabajo administrativo también un trabajo productivo? Indudablemente, porque falto de una administración buena e inteligente, el trabajo manual no producirá nada, o producirá muy poco y muy mal. Pero desde el punto de vista de la justicia y las necesidades de la propia producción, no es en modo alguno necesario que este trabajo lo monopolice yo ni, sobre todo, que deba ser recompensado con una cantidad muy superior al trabajo manual. Las asociaciones cooperativas han demostrado ya que los obreros son bastante capaces de administrar empresas industriales; lo pueden hacer trabajadores elegidos en, su propio seno y con el mismo salario. En consecuencia, SI concentro en mis manos el poder administrativo, no es porque los intereses de la producción así lo exijan, sino para cumplir mis propios fines, los fines de la explotación. Como patrón absoluto de mi establecimiento, obtengo por mi trabajo diez o veinte veces más, y si soy un gran industrial puedo conseguir cien veces más que mis obreros, aunque mi trabajo sea incomparablemente menos penoso que el suyo.

Mecánica del ficticio contrato libre de trabajo.Pero puesto que la oferta y la demanda son iguales, ¿por qué aceptan los obreros las condiciones propuestas por el patrono? Si el capitalista tiene una necesidad de emplear a los obreros idéntica a la necesidad que los cien obreros tienen de ser empleados, ¿no se deduce de ello que ambas partes se encuentran en una posición igual? ¿No se encuentran en el mercado como dos comerciantes iguales -al menos, desde el punto de vista jurídico- uno con el bien denominado salario diario para cambiarlo por el trabajo diario del obrero sobre la base de tantas horas por día, y el otro con su propio trabajocomo bien a intercambiar por el salario ofrecido? Puesto que, en nuestra suposición, la demanda es de cien obreros y la oferta es idéntica a cien personas, podría parecer que ambos lados tienen una posición paritaria.

Naturalmente, nada de esto es cierto. ¿Qué trae al capitalista al mercado? La prisa por enriquecerse, por incrementa su capital, por satisfacer sus ambiciones y vanidades sociales por llegar a permitirse todos los placeres concebibles. ¿Y que trae al obrero al mercado? El hambre, la necesidad de comer hoy y mañana. En consecuencia: aunque solo  Iguales desde el punto de vista de la ficción jurídica, el capitalista y el obrero son absolutamente dispares desde la perspectiva de la situación económica, que es la situación.

El capitalista no se ve amenazado por el hambre cuando acude al mercado; sabe muy bien que si no encuentra hoy a los obreros, tendrá todavía suficiente para comer durante largo tiempo gracias al capital que felizmente posee: Si los obreros a quienes encuentra en el mercado presentaran exigencias aparentemente excesivas para él, porque en vez de permitirle incrementar su riqueza y mejorar todavía más su posición económica, esas propuestas y condiciones podrían no digamos igualar, pero sí acercar algo la posición económica de los obreros a la suya propia, ¿qué hace en ese caso? Rechazar esas proposiciones y esperar.

Después de todo, no estaba movido por una necesidad urgente, sino por un deseo de mejorar cierta posición que comparada con la de los obreros, es ya bastante cómoda Por ello, puede esperar y esperará, porque su experiencia comercial le ha enseñado que la resistencia de los obreros; quienes, al carecer de capital, de bienes o de cualquier, ahorro, se ven apremiados por la ineluctable necesidad del hambre, no puede durar mucho, y al final el patrono podrá encontrar los cien obreros que busca -porque se verán forzados a aceptar las condiciones que él considere rentable imponerles-. Si se niegan, otros vendrán a aceptar con todo gusto tales, condiciones. Así es como se hacen las cosas cotidianamente; sabiéndolo todos y a plena luz…

Un contrato de amo-esclavo. Así, el capitalista viene, al mercado si no con la capacidad de un agente absolutamente libre, al menos con la de un agente infinitamente más libre que el obrero. Lo que acontece en el mercado es el encuentro entre un impulso de lucro y el hambre, entre amo y esclavo. Jurídicamente las dos partes son iguales,  pero económicamente el obrero es el siervo del capitalista, incluso antes de haberse concluido la transacción mercantil mediante a cual el obrero vende su persona y su libertad por un tiempo determinado. El obrero está en la posición del siervo por la terrible amenaza de hambre que gravita diariamente sobre su cabeza y su familia; esta amenaza le obligara a aceptar cualquier condición impuesta por los ávidos cálculos del capitalista, el industrial, el patrono.

El derecho contra la realidad económica.Y una vez que se ha concertado el contrato, la servidumbre del obrero se incrementa doblemente... El Sr. Karl Marx, Ilustre jefe del comunismo alemán, observó con justicia en su magnífico trabajo Das Kapital que si el contrato pactado libremente por los vendedores de dinero -en forma de salario- y los vendedores de su propio trabajo -es decir, entre el empresario y los trabajadores- no se concluyera sólo por un tiempo definido y limitado, sino a perpetuidad, constituiría una auténtica esclavitud. Habiéndose pactado aplazo fijo y reservando al obrero el derecho a abandonar su empleo, este contrato constituye una especie de servidumbre voluntaria y transitoria.

Transitoria y voluntaria desde el punto de vista jurídico, sí, pero no desde el punto de vista de la posibilidad económica. El obrero tiene siempre el derecho de abandonar a su patrono. Pero ¿tiene los medios para hacerlo? y si de hecho le deja, ¿es para llevar una existencia libre, sin otro amo excepto él mismo? No, lo hace a fin de venderse a otro patrono. Se ve impulsado a ello por la misma hambre que le forzó a venderse al primer empresario.

De este modo, la libertad del obrero -tan exaltada por, los economistas, juristas y burgueses republicanos- es sólo una libertad teórica que carece de medio alguno para su realización. En consecuencia, es sólo una libertad ficticia, una completa falsedad. La verdad es que toda la vida del obrero constituye simplemente una serie continua y descorazonadora de servidumbres  -voluntarias desde el punto de vista jurídico, pero forzosas en el sentido económico- rota por breves intervalos de libertad acompañados de hambre; en otras palabras, es una verdadera esclavitud.

El patrono sólo se preocupa de los contratos de trabajo para incumplirlos. Esta esclavitud se manifiesta cotidianamente de innumerables maneras. Prescindiendo de las vejaciones y las condiciones opresivas del contrato que convierten al obrero en un subordinado, un sirviente pasivo y sumiso, y al patrono en un amo casi absoluto; prescindiendo de todo cuanto es bien sabido, apenas existe una empresa industrial cuyo propietario no incumpla los términos pactados en el contrato y se arrogue concesiones adicionales en su propio favor, impulsado por el doble instinto de una insaciable codicia de beneficios y poder absoluto y aprovechándose de la dependencia económica del obrero. Ahora pedirá más horas de trabajo, es decir, un horario superior al estipulado en el contrato; más tarde reducirá los salarios con algún pretexto; luego impondrá multas arbitrarias, o tratará a los obreros de modo áspero, brusco e insolente.

Pero podríamos decir que en ese caso el obrero tiene la puerta libre para irse. Es más fácil decirlo que hacerlo. A veces el obrero recibe parte de su salario adelantad oí o su esposa o los hijos pueden estar enfermos, o quizás su trabajo está pobremente pagado en todo el sector industrial. Otros patronos pueden estar pagando aún menos que el suyo propio, y después de dejar su trabajo, a lo mejor no encuentra ningún otro y quedarse sin empleo significa la muerte para él y su familia. Además, hay un acuerdo entre todos los patronos, y todos ellos se parecen. Todos ellos son prácticamente igual de irritantes, injustos y ásperos.

¿Es esto una calumnia? No, está en la naturaleza de las cosas y en la necesidad lógica de la relación existente entre los patronos y sus obreros.



INEVITABILIDAD DE LA LUCHA DE CLASES EN LA SOCIEDAD


Ciudadanos y esclavos: tal era el antagonismo existente en el mundo antiguo y en los Estados esclavistas del Nuevo Mundo. Ciudadanos y esclavos, es decir, obreros a la fuerza, esclavos no de derecho, pero sí de hecho; tal es el antagonismo del mundo moderno y al igual que los Estados antiguos sucumbieron por la esclavitud, así perecerán también los Estados modernos a manos del proletariado.

Las diferencias de clase son reales a pesar de la falta de delimitaciones claras. En vano intentaríamos consolarnos pensando que este antagonismo es ficticio y no real, o que resulta imposible trazar una línea clara de demarcación entre las clases poseedoras y las desposeídas, ya que ambas se mezclan a través de muchos matices intermedios e imperceptibles. Tampoco existen tales líneas de delimitación en el mundo natural; por ejemplo, es imposible mostrar en la serie ascendente de los seres el punto exacto donde termina el reino de las plantas y comienza el reino animal, donde cesa la bestialidad y comienza la humanidad. Sin embargo, existe una diferencia muy real entre una planta y un animal, y entre un animal y el hombre.

Lo mismo acontece en la sociedad humana: a pesar de los vínculos intermedios que hacen imperceptibles la transición de una situación política y social a otra, la diferencia entre las clases es muy marcada, y todos pueden distinguir a la aristocracia de sangre azul de la aristocracia financiera, a la alta burguesía de la pequeña burguesía, o a esta última del proletariado fabril y urbano -lo mismo que podemos distinguir al terrateniente, al rentier, del campesino que trabaja su propia tierra, y al granjero del proletario rústico común (la mano de obra agrícola a sueldo).

La diferencia básica entre las clases.Todos esos diferentes grupos políticos y sociales pueden reducirse ahora a dos categorías principales, diametralmente opuestas y naturalmente hostiles entre sí: las clases privilegiadas, que como prenden a todos los privilegiados en cuanto a posesión de tierra, capital, o incluso sólo de educación burguesa, y las clases trabajadoras desheredadas en cuanto a la tierra y al capital, y privadas de toda educación e instrucción.

La lucha de clases en la sociedad existente no admite conciliación. El antagonismo existente entre el mundo burgués y el de los trabajadores asume un carácter cada vez más pronunciado. Todo hombre sensato -cuyos sentimientos e imaginación no estén distorsionados por la influencia, a menudo inconsciente, de sofismas tópicos- debe comprender que es imposible cualquier reconciliación entre ambos mundo. Los trabajadores quieren igualdad, y la burguesía quiere mantener la desigualdad. Obviamente, una cosa destruye a la otra. En consecuencia, la gran mayoría de los capitalistas burgueses y los propietarios con valor para confesar abiertamente sus deseos manifiestan con la misma franqueza el espanto que les inspira el actual movimiento laboral. Son enemigos resueltos y sinceros; los conocemos, y bien está que así sea.

Indudablemente, no puede haber reconciliación entre el proletariado, irritado y hambriento, movido por pasiones social-revolucionarias y obstinadamente determinado a crear otro mundo sobre los principios de verdad, justicia, libertad, igualdad y fraternidad humana (principios tolerados en la sociedad respetable sólo como tema inocente de ejercicios retóricos), y el mundo ilustrado y educado de las clases privilegiadas que defienden con desesperado vigor el régimen político, jurídico, metafísico, teológico y militar como última fortaleza en la custodia del precioso privilegio de: la explotación económica. Entre esos dos mundos, entre el sencillo pueblo trabajador y la sociedad educada (que combina en sí misma, como sabemos, todas las excelencias, bellezas y virtudes) no hay reconciliación posible.

La lucha de clases en términos de progreso y reacción. Sólo han persistido dos fuerzas reales hasta el presente: el partido del pasado, de la reacción, que comprende a todas las clases poseedoras y privilegiadas y que ahora busca refugio, a menudo expresamente, bajo la bandera de la dictadura militar o la autoridad del Estado y el partido del futuro, el partido de la emancipación humana integral, el partido del Socialismo Revolucionario, del proletariado.

Hemos de ser sofistas o completamente ciegos para negar la existencia del abismo que separa actualmente a ambas clases. Como acontecía en el mundo antiguo, nuestra civilización moderna -regida por una minoría relativamente limitada de ciudadanos privilegiados- tiene como base el trabajo forzado (forzado por el hambre) de la gran mayoría de la población, condenada inevitablemente a la ignorancia y la brutalidad...

El comercio libre no es solución. En vano podemos decir con los economistas que el mejoramiento de la situación económica de las clases trabajadoras depende del progreso general de la industria y el comercio en todos los países y de su completa emancipación de la tutela y la protección estatal. La libertad de industria y comercio es, por supuesto, una gran cosa, y constituye uno de los fundamentos básicos para la unión internacional futura de todos los pueblos del mundo. Siendo amigos de la libertad a cualquier precio, y de todas las libertades, debiéramos ser igualmente amigos de tales libertades. Pero hemos de reconocer, por otra parte, que mientras exista el Estado actual, mientras el trabaja siga siendo siervo de la propiedad y el capital, esta libertad, al enriquecer a una sección muy pequeña de la burguesía a expensas de la gran mayoría de la población, producirá un buen resultado: debilitará y desmoralizará más completamente al pequeño número de personas privilegiadas, e incrementará la pobreza, el resentimiento y la justa indignación de las masas trabajadoras, acercando así la hora de la destrucción de los Estados.

El capitalismo del libre comercio es un suelo fértil para el crecimiento de la pobreza. Inglaterra, Bélgica, Francia y Alemania son sin duda los países europeos donde el comercio y la industria disfrutan de una mayor libertad relativa y han alcanzado el nivel más alto de desarrollo. Por lo mismo, son precisamente los países donde la pobreza se siente de modo más cruel, y donde parece haberse ensanchado en una medida desconocida para los demás países la distancia que separa a los capitalistas y propietarios de las clases trabajadoras

El trabajo de las clases privilegiadas. De este modo nos vemos llevados a reconocer como regla general que en el mundo moderno -aunque no sea en la misma medida que en el mundo antiguo- la civilización de un pequeño número se basa todavía sobre el trabajo forzado y el barbarismo relativo de la gran mayoría. Sin embargo, sería injusto decir que esta clase privilegiada es totalmente ajena al trabajo. Por el contrario, en nuestros días muchos de sus miembros trabajan a fondo. El número de personas absolutamente ociosas decrece perceptiblemente, y el trabajo está empezando a provocar respeto en esos círculos; porque los miembros más afortunados de la sociedad están empezando a comprender que para mantenerse en el alto nivel de la civilización actual, para ser capaces al menos de disfrutar de sus privilegios y conservarlos, es preciso trabajar mucho.

Pero existe una diferencia entre el trabajo de las clases acomodadas y el de los obreros: el primero, al estar pagado, en una medida proporcionalmente muy superior al segundo, proporciona ocio a las personas privilegiadas, y el ocio constituye la condición suprema de todo desarrollo humano; intelectual y moral -una condición jamás disfrutada hasta ahora por las clases trabajadoras-. Además, el trabajo de las personas privilegiadas es casi exclusivamente de tipo, nervioso, es decir, de imaginación, memoria y pensamiento mientras que el trabajo de los millones de proletarios es de tipo muscular; a menudo, como acontece en el trabajo fabril, no desarrolla todo el sistema humano, sino sólo una parte en detrimento de todas las demás, y por lo general se verifica bajo condiciones dañinas para la salud, corporal y opuestas a su desarrollo armonioso.

En este sentido, el trabajador de la tierra es mucho más afortunado: libre del efecto viciante del aire mal ventilado y a menudo emponzoñado de las fábricas y talleres, y libre del efecto deformante de un desarrollo anormal en algunas de sus potencias a expensas de las otras, su naturaleza se mantiene más vigorosa y completa. Pero cambio, su inteligencia es casi siempre más fija, indolente mucho menos desarrollada que la del proletariado fabril y urbano.

Recompensas respectivas en ambos tipos de trabajo. Los artesanos, los obreros fabriles y los trabajadores de granjas forman una sola categoría, la del trabajo muscular, se opone a los representantes privilegiados del trabajo nervioso. ¿Cuál es la consecuencia de esta división real que constituye la base misma de la situación presente, tanto política como social?

 A los representantes privilegiados del trabajo nervios -que, incidentalmente, están llamados en la actual organización de la sociedad a desempeñar este tipo de trabajo solo porque nacieron en una clase privilegiada, y no por ser más inteligentes- corresponden todos los beneficios, pero también todas las corrupciones de la civilización existente. Hacia ellos fluyen la riqueza, el lujo, la comodidad, el  bienestar, las alegrías familiares, y el disfrute exclusivo de la libertad política, junto con el poder para explotar el trabajo de millones de obreros y gobernarlos a voluntad en aras del propio interés; es decir, todas las creaciones, todos los refinamientos de la imaginación y el pensamiento... que les proporcionan el poder necesario para hacerse hombres completos y todos los venenos de una humanidad pervertida por el privilegio.

¿Y qué queda para los representantes del trabajo muscular, para los incontables millones de proletarios, o incluso pequeños propietarios rurales? Una inevitable pobreza, donde faltan incluso las alegrías de la vida familiar (porque la familia se convierte pronto en una losa para el pobre), ignorancia, barbarie y casi podríamos decir una forzada bestialidad, con el «consuelo» de servir como pedestal para la civilización, para la libertad y para la corrupción de una pequeña minoría. Pero, a cambio, los trabajadores han preservado la frescura de mente y corazón. Fortalecidos en lo moral por el trabajo, aunque les haya sido impuesto, han conservado un sentido de la justicia mucho más alto que el de los juristas instruidos y los códigos legales. Viviendo una vida de miseria, abrigan un cálido sentimiento de compasión para todos los desdichados; han preservado su sensatez sin corromperla con los sofismas de una ciencia doctrinaria o las falsedades de la política; y puesto que no han abusado de la vida, puesto que ni siquiera la han usado, han mantenido su fe en ella.

El cambio de situación producido por la gran revolución francesa. Pero, se nos dice, este contraste o abismo entre la minoría privilegiada y el gran número de desheredados ha existido siempre y sigue existiendo. Entonces, qué tipo de cambio se produjo? El cambio consiste en que antes este abismo estaba envuelto en una densa niebla religiosa y oculto así a las masas del pueblo; desde que la Gran Revolución comenzó a despejar esta niebla, las masas se han hecho conscientes de la distancia, y empiezan a preguntarse por el motivo de su existencia. El significado de tal cambio es inmenso.

Desde que la Revolución trajo a las masas su Evangelio -no el místico, sino el racional; no el celestial, sino el terrenal; no el divino, sino el humano, el Evangelio de los Derechos del Hombre-, desde que proclamó que todos los hombres son iguales, que todos los hombres tienen derecho a la libertad ya la igualdad, las masas de todo los países europeos y de todo el mundo civilizado, tras despertar gradualmente del sopor que les había mantenido en la servidumbre desde que el cristianismo los drogara con su opio, empezaron a preguntarse si no tenían ellas también derecho a la libertad, la igualdad y la humanidad.

El socialismo es la consecuencia lógica de la dinámica de la Revolución Francesa. Tan pronto como se planteó esta cuestión, guiado por su admirable sensatez y por sus instintos, el pueblo comprendió que la primera condición de su emancipación real, o de su humanización, era un cambio radical en la situación económica. La cuestión del pan cotidiano era para ellos simplemente la primera cuestión porque, como había observado hace mucho tiempo Aristóteles, el hombre debe ser liberado de las preocupaciones de la vida material para poder pensar, para poder sentirse libre, para llegar a ser hombre. En cierto modo, los burgueses que vociferan tanto en sus ataques contra el materialismo del pueblo y le predican las abstinencias del idealismo lo saben muy bien, pues lo predican solo de palabra, y no con el ejemplo.

La segunda cuestión para el pueblo era el ocio tras el trabajo, condición indispensable para la  humanidad. Pero el pan y el ocio nunca podrán obtenerse sin una transformación radical de la organización presente de la sociedad, y esto explica por qué la Revolución, empujada exclusivamente por las consecuencias de su propio principio, dio origen al Socialismo.



HISTORIA HETEROGÉNEA DE LA BURGUESÍA


Hubo un tiempo en que la burguesía, dotada de poder, vital y formando la única clase histórica, ofreció un espectáculo de unión y fraternidad tanto en sus actos como en sus pensamientos. Fue el mejor período en la vida de esa clase, sin duda siempre respetable, pero a partir de entonces impotente, estúpida y estéril como clase; fue la época de su desarrollo más vigoroso. Así era antes de la Gran Revolución de 1793; así era también, aunque en mucha menor medida, antes de las revoluciones de 1830 y 1848. Por entonces la burguesía tenía un mundo que conquistar, necesitaba asumir su puesto en la sociedad organizada para la lucha, siendo inteligente y audaz y sintiéndose más fuerte que nadie en cuanto al derecho, poseía un poder irresistible, omnipotente. Por sí sola engendró tres revoluciones contra el poder unido de la monarquía, la nobleza y el clero.

La francmasonería: internacional de la burguesía en su pasado heroico. Por entonces, la burguesía creó también una asociación internacional, universal y formidable: la francmasonería.

Sería un gran error juzgar por el presente de la francmasonería lo que fue durante el siglo pasado o incluso a comienzos de éste. Siendo una institución primordialmente burguesa, la francmasonería reflejó en su historia el desarrollo del poder creciente y la decadencia de la burguesía, intelectual y moral... Antes de 1793, e incluso antes de 1830, la francmasonería unificaba en su seno, salvo escasas excepciones… a todos los espíritus escogidos, a los corazones más ardientes y a las voluntades más osadas; constituía una organización activa, poderosa y verdaderamente benéfica. Fue la vigorosa encarnación y la realización práctica de la idea humanitaria del siglo XVIII. Todos los grandes principios de libertad, igualdad, fraternidad, razón y justicia humana -elaborados teóricamente por la filosofía del siglo- se transformaron en dogmas prácticos dentro de la francmasonería, así como en bases de una nueva moralidad y una nueva política. Se convirtieron en alma de un gigantesco trabajo de demolición y reconstrucción...

Desintegración de la francmasonería. El triunfo de la revolución mató a la francmasonería; al ver sus deseos cumplidos parcialmente por la revolución, y tras asumir, como consecuencia de ella, el lugar de la nobleza, la burguesía se convirtió en una clase privilegiada, explotadora, oprimentemente conservadora y reaccionaria, después de haber sido durante largo tiempo una clase explotada y oprimida...

Tras el coup d' Etat de Napoleón I, la francmasonería se convirtió en una institución imperial en la mayor parte del continente europeo.

El epígono del sentimiento revolucionario burgués. En cierta medida, la revivió la Restauración. Viéndose amenazada por el retorno del viejo régimen, forzada también la entregar a la coalición de los nobles y la Iglesia el lugar que había ganado con la primera Revolución, la burguesía se hizo revolucionaria otra vez por necesidad. ¡Pero qué diferencia entre esta rebeldía recalentada y la rebelión ardiente y poderosa que la había inspirado a finales del siglo pasado! La burguesía era sincera entonces, creía seria el ingenuamente en los derechos del hombre, estaba inspirada y movida por un genio para la destrucción y la reconstrucción. En ese momento se encontraba en plena posesión de su inteligencia y en pleno desarrollo de su poder.

No sospechaba el abismo que la separaba del pueblo: se creía y sentía -y en cierto modo lo era realmente- el auténtico representante del pueblo. La reacción de Thermidor y la conspiración de Babeuf la curaron de esta ilusión. El abismo que separa al pueblo trabajador de la burguesía explotadora, dominante y próspera, se ha ensanchado cada vez más, y ahora sólo el cuerpo muerto de toda la burguesía y de toda su existencia privilegiada será capaz de llenar tal vacío.

El antagonismo de clases desplazó a la burguesía de su posición revolucionaria como dirigente del pueblo. La burguesía del siglo pasado creía sinceramente que emancipándose del yugo monárquico, clerical y feudal, emanciparía al mismo tiempo a todo el pueblo. Esta creencia sincera, pero ingenua, fue la fuente de su audacia heroica y de todo su maravilloso poder. Los burgueses se sentían unidos con todos, y marchaban al asalto llevando con ellos el poder y el derecho para todos. Debido a este derecho y a este poder que estaban, por así decirlo, encarnados en su clase, los burgueses del siglo pasado pudieron escalar y tomar las fortalezas del poder político que sus padres codiciaron durante tantos siglos.

Pero en el momento mismo de plantar allí su bandera, una nueva luz inundó sus mentes. Tan pronto como con- quistaron ese poder, comprendieron que en realidad nada tenían en común los intereses de la burguesía y los de las grandes masas del pueblo, sino que, por el contrario estaban radicalmente opuestos entre sí, y que el poder y la prosperidad exclusiva de la clase poseedora sólo podían descansar sobre la pobreza y la dependencia política y social del proletariado.

Tras ello las relaciones entre la burguesía y el pueblo cambiaron radicalmente, pero antes de que los obreros se dieran cuenta de que los burgueses eran sus enemigos naturales -debido a la necesidad, más que a una voluntad perversa- la burguesía se había hecho consciente de este inevitable antagonismo. Esto es lo que llamo la mala conciencia de la burguesía.

Huida del pasado revolucionario. En la actualidad la situación es totalmente distinta: la burguesía tiene un temor absoluto a la revolución social en todos los países de Europa; sabe que contra esta tormenta no dispone de Otro refugio que el Estado. Por eso desea y exige siempre un Estado fuerte o, dicho en lenguaje simple, una dictadura militar y con el fin de embaucar más fácilmente a las masas populares, intenta vestir esta dictadura con el disfraz de un gobierno representativo popular, que le permitiría explotar a las grandes masas del pueblo en nombre del propio pueblo.

La alta burguesía. En los estratos superiores de la burguesía, tras la consolidación de la unidad estatal, ha nacido y se desarrolla cada día con más fuerza la unidad social de los explotadores privilegiados del trabajo de la clase obrera.

Esta clase (la alta burguesía) comprende los altos cargos, las esferas de la alta burocracia, los oficiales del Ejército, los funcionarios principales de la policía y los jueces; el mundo de los grandes propietarios, industriales, comerciantes y banqueros; el mundo legal oficial y la prensa; y del mismo modo, el Parlamento, cuya ala derecha disfruta ya de todos los beneficios del gobierno, mientras el ala izquierda intenta tomar en sus propias manos ese mismo gobierno.

La pequeña burguesía. Comprendemos bien que el conocimiento no está distribuido paritariamente, ni siquiera entre la burguesía. Aquí también existe una jerarquía, condicionada por la riqueza relativa del estrato social al cual pertenecen por nacimiento los individuos y no por su capacidad Así, por ejemplo, la educación recibida por los niños de la pequeña burguesía -apenas suprior a la recibida por los hijos de los obreros- es insignificante en comparación con la educación recibida por los niños de la burguesía alta y media. ¿Y qué vemos? La pequeña burguesía, que se considera clase media por una ridícula vanidad y por su dependencia respecto de los grandes capitalistas, se descubre muchas veces en una posición todavía más miserable y humillante que la del proletariado.

Por consiguiente, cuando hablamos de clases privilegiadas, no queremos incluir a esta miserable pequeña burguesía que de tener más valor e inteligencia no dejaría de unirse a nosotros para luchar en común contra la gran burguesía, que la oprime tanto como oprime al proletariado: si el desarrollo económico de la sociedad continua en la misma dirección otros diez años, veremos que la mayor parte de la burguesía media se hundirá primero en la posición actual de la pequeña burguesía para perderse gradualmente más tarde en las filas del proletariado. Todo ello será resultado de la concentración inevitable de propiedad en manos de un número cada vez menor de personas, lo que implica necesariamente la división del mundo social en una pequeña minoría, muy rica, educada y dirigente, y la gran mayoría de proletarios y esclavos miserables e ignorantes.

El progreso técnico sólo beneficia a la burguesía. Hay un hecho que debiera sorprender a toda persona Consciente, a toda persona que defienda de corazón la dignidad y la justicia humana; es decir, la libertad de cada uno en la igualdad para todos. Este hecho notable es que todas las invenciones de la mente, todas las grandes aplicaciones de la ciencia a la industria, al comercio y, en general, a la vida social, sólo han beneficiado hasta el presente a las clases privilegiadas y al poder de los Estados, esos eternos protectores de las iniquidades políticas y sociales. Nunca han beneficiado a las masas del pueblo. Basta con aludir, como ejemplo, a las máquinas para que todo obrero y todo partidario sincero de la emancipación del trabajo coincida con nosotros en este punto.

El Estado es una institución controlada por la burguesía. ¿Qué poder mantiene ahora a las clases privilegiadas, con todo su insolente bienestar y su inicuo goce de la vida, frente a la legítima indignación de las masas populares? Ese poder es el poder del Estado, donde sus hijos mantienen, como siempre, todas las posiciones dominantes, medias e inferiores, exceptuando las de trabajadores y soldados.

La administración de la economía en el lugar del Estado. La burguesía es la clase dominante y la única inteligente porque explota al pueblo y lo mantiene en un estado de hambre. Si el pueblo llegara a ser próspero y tan culto como la burguesía, la dominación de esta última terminaría; y no habría lugar en lo sucesivo para un gobierno político, que se habría transformado entonces en un simple aparato para la administración de la economía.

Desintegración moral e intelectual de la burguesía. Las clases educadas, la nobleza, la burguesía -que en un tiempo florecieron y estuvieron a la cabeza de una civilización viva y progresiva en Europa- se han hundido actual mente en el sopor vulgarizándose, haciéndose obesas y cobardes hasta el extremo de representar únicamente los, atributos más despreciables y viles de la naturaleza humana. Vemos que esas clases no son siquiera capaces de defender su independencia en un país tan virtuoso como Francia ante la invasión alemana y en Alemania vemos que todas esas clases muestran el más abyecto servilismo hacia su Kaiser.

Ningún burgués -ni siquiera el más rojo- desea una igualdad económica, porque esa igualdad implicaría su muerte.

La burguesía no ve ni comprende nada exterior al Estado ya los poderes reguladores del Estado. La altura de su  ideal, de su imaginación y heroísmo, es la exageración revolucionarla del poder y la acción estatal en nombre de la seguridad pública.

Agonía fatal de una clase históricamente condenada. Como organismo político y social, tras haber rendido descollantes servicios a la civilización del mundo moderno, esta clase está condenada actualmente a muerte por la propia historia. Morir es el único servicio que todavía puede hacer; a la humanidad, a quien sirvió durante su vida. Pero no quiere morir y esta negativa a la muerte es la única causa de su estupidez presente y de esa vergonzosa impotencia que ahora caracteriza a todas sus empresas políticas, nacionales e internacionales.

¿Está la burguesía en una completa bancarrota?¿Ha llegado ya a la bancarrota la burguesía? Todavía no ¿Ha perdido el gusto por la libertad y la paz? En absoluto. Sigue amando la libertad, a condición, naturalmente de que esta libertad exista sólo para ella; es decir, que la burguesía conserve la libertad de explotar la esclavitud de las masas, las cuales -aun poseyendo bajo las constituciones actuales el derecho a la libertad, pero no los medios para disfrutarla- permanecen forzosamente esclavizadas bajo su yugo. En cuanto a la paz, jamás sintió la burguesía tanto su necesidad como actualmente. La paz armada, que gravita pesadamente sobre el mundo europeo, perturba, paraliza y arruina a la burguesía.

Reacción burguesa contra la dictadura militar. Gran parte de la burguesía está cansada del reinado de cesarismo y militarismo, que surgió en 1848 como consecuencia de su miedo al proletariado...

No hay duda de que la burguesía en su conjunto, incluyendo a la burguesía radical, no cree en el sentido propio del término en el cesarismo y el despotismo militar, cuyos efectos está ya deplorando. Tras haberse aprovechado de esta dictadura en su lucha contra el proletariado, expresa ahora el deseo de liberarse de ella. Nada más natural, pues este régimen la humilla y arruina. Pero ¿cómo puede liberar- se de esta dictadura? En un tiempo fue valiente y poderosa; tenía el poder de conquistar mundos. Ahora es cobarde y débil, y afligida por la impotencia de la senectud. Es agudamente consciente de esta debilidad, y siente que por sí sola nada puede hacer. Necesita ayuda. Esta ayuda sólo puede proporcionársela el proletariado, y por eso piensa la burguesía que debe ganárselo para su bando.

 La burguesía liberal y el proletariado.¿Pero cómo puede ganarse el proletariado? ¿Con promesas de libertad e Igualdad política? No, esas son palabras que ya no conmueven a los obreros. Han aprendido a su propia costa, y tras una dura experiencia, que esas palabras sólo significan la preservación de su esclavitud económica, mano más dura de lo que fue antaño. Si queréis conmover el corazón de esos miserables millones de esclavos del trabajo, habladles de su emancipación económica. Apenas hay un trabajador incapaz de comprender que ésta es la única base seria y real de todas las demás emancipaciones, En consecuencia, la mejor forma de aproximarse a los trabajadores es desde la perspectiva de las reformas económicas de la sociedad.

Socialismo burgués. Los miembros de la Liga para la Paz y la Libertad[1] se dirán: «Pues bien, llamémonos también socialistas. Prometámosles reformas económicas y sociales, pero a condición de que respeten las bases dé la civilización y la omnipotencia burguesa: propiedad individual y hereditaria, intereses para el capital y rentas de la tierra. Persuadámosles de que sólo a partir de esas condiciones -que, incidentalmente, aseguran nuestra dominación y la esclavitud del proletariado- podrán emanciparse los obreros.

Hemos de convencerles también de que para llevar adelante tales reformas sociales, es necesaria primero una buena revolución política, exclusivamente política, y tan roja como quieran en sentido político, con muchas cabezas cortadas si es necesario, pero con un respeto toda vía mayor hacia la sacrosanta propiedad. En resumen, una revolución puramente jacobina que nos haga dueños de la situación; y una vez que nos hayamos hecho dueños y señores, daremos a los obreros lo que podamos y queramos darles».

Rasgos distintivos de un socialista burgués. He aquí el signo infalible para que los obreros detecten a un falso socialista, a un socialista burgués. Si hablándole de la revolución o de la transformación social, dice que la transformación política debe preceder a la transformación económica; si niega que ambas cosas deben hacerse al mismo tiempo o mantiene que la revolución política debe separarse en cierto modo de una plena y completa liquidación social emprendida de modo inmediato y directo, los obreros deben volverle la espalda: porque quien

La burguesía no tiene fe en el futuro.Algo muy notable, observado y manifestado además por gran número de escritores de varias tendencias, es que actualmente sólo el proletariado posee un ideal constructivo, hacia el que, aspira con la pasión todavía virgen de todo su ser. Ve delante de él una estrella, un sol que ilumina y ya le calienta; (por lo menos, de modo imaginario) en su fe, que le muestra con una cierta claridad el camino a seguir, mientras todas las clases privilegiadas y supuestamente ilustradas se encuentran hundidas en una oscuridad pavorosa y desoladora.

Estas últimas no ven nada por delante, no creen en nada ni aspiran a nada, salvo a la preservación perpetua del statu quo, mientras reconocen al mismo tiempo que este statu quo carece en absoluto de valor. Nada prueba mejor que esas clases están condenadas a morir y que el futuro pertenece al proletariado. Son los «bárbaros» (los proletarios) quienes representan ahora la fe en el destino humano y en el futuro de la civilización, mientras las «personas civilizadas» sólo encuentran su salvación en la barbarie, en la masacre de los comuneros y el retorno al Papa. Tales son los dos requerimientos finales de la civilización privilegiada.



LA LARGA ÉSCLAVITUD DEL PROLETARIADO


Al principio los hombres se devoraban entre sí como bestias salvajes. Entonces los más listos y fuertes empezaron a esclavizar a los demás. Más tarde, los esclavos se convirtieron en siervos y en un estadio posterior, los siervos se convirtieron en asalariados libres.

El proletariado es una clase de características bien definidas. El proletariado urbano y el campesinado constituye el pueblo verdadero, aunque el proletariado esté naturalmente más avanzado que los campesinos. El proletariado... constituye una clase muy desgraciada y muy oprimida, pero al mismo tiempo una clase con características propias claramente marcadas. Como clase definida, está sujeta a la acción de una ley histórica e inevitable que determina el curso y la duración de toda clase de acuerdo con lo que ha hecho y cómo ha vivido en el pasado. Las individualidades colectivas, todas las clases, se agotan en la larga carrera, igual que los individuos.

Crisis económicas y proletariado. En países con industrias muy desarrolladas, especialmente Inglaterra, Francia, Bélgica y Alemania, desde la introducción de una maquinaria perfeccionada y la aplicación del vapor en la industria) y desde que apareció la producción fabril a gran escalas se hicieron inevitables las crisis comerciales, recurrente; en intervalos periódicos cada vez más breves. Donde la industria ha florecido en mayor grado, los obreros han debido enfrentarse con la amenaza periódica de morir de hambre. Naturalmente, esto dio lugar a crisis laborales, movimientos obreros y huelgas, primero en Inglaterra (en la década de 1820), luego en Francia (en la década de1830), y por último en Alemania y Bélgica (en la década de 1840). La miseria generalizada, y su causa general, crearon en esos países poderosas asociaciones, al principio sólo de carácter local, para la ayuda mutua, la defensa y la lucha en común.

Internacionalismo proletario. El proletariado urbano y fabril, preso ya por su pobreza -como los esclavos-, a la localidad donde ha de trabajar, carece de intereses locales por carecer de propiedad. Todos sus intereses tienen un carácter general: no son siquiera nacionales, son internacionales. Porque la cuestión del trabajo y los salarios, única cuestión que les interesa de forma directa, real y viva, cuestión cotidiana que se ha convertido en centro y base de todas las demás -tanto sociales como políticas y religiosas- tiende a asumir hoy un carácter incondicionadamente internacional, por el simple desarrollo del poder omnipotente del capital en la industria y el comercio. Esto explica el sorprendente crecimiento de la Asociación Internacional de Trabajadores, que a pesar de haber sido fundada hace menos de seis años, ya tiene sólo en Europa más de un millón de miembros.

Aristocracia del trabajo. En todo país, entre los millones de obreros sin especializar, existe un estrato de individuos más desarrollados y cultos, que constituyen por ello una especie de aristocracia laboral. Esta aristocracia laboral está dividida en dos categorías, de las cuales una es muy provechosa y la otra bastante dañina.

La artesanía, residuo del medioevo. Comencemos con la categoría dañina. Está constituida básica y casi exclusivamente por artesanos, y no por obreros fabriles. Sabemos que la situación del artesanado en Europa, aunque no pueda envidiarse, sigue siendo Incomparablemente mejor que la de los obreros fabriles. Los artesanos no están explotados por el gran capital sino por el pequeño, que carece con mucho del poder para oprimir y humillar a sus obreros en la medida característica de las grandes concentraciones de capital dentro del mundo industrial. El mundo de los artesanos, del trabajo artesanal y no mecánico, representa un vestigio de la estructura económica medieval. Se ve desplazado cada vez más por la presión irresistible de la producción fabril en gran escala, que naturalmente intenta apoderarse de todas las ramas de la industria.

Pero donde subsiste la artesanía, los trabajadores ocupados en ella viven mucho mejor; y las relaciones entre los patronos no excesivamente opulentos, procedentes de la clase trabajadora, y sus obreros son más íntimas, más simples y patriarcales que en el mundo de la producción fabril. Por eso encontramos entre los artesanos a muchos semi burgueses por hábitos y convicciones que esperan y pretenden, consciente o inconscientemente, convertirse en burgueses cien por cien.

Pero los mismos artesanos se subdividen en tres categorías. La más amplia y menos aristocrática -esto es, la menos afortunada de todas, en el sentido burgués- comprende a los menos especializados ya las profesiones más toscas (como los herreros, por ejemplo), que exigen una considerable fuerza física. Los trabajadores que pertenecen a esta categoría están más cerca que los demás, por sus tendencias y convicciones, de los obreros fabriles y entre ellos se mantienen e incluso se desarrollan los valiosos instintos revolucionarios. Allí encontramos frecuentemente a personas capaces de comprender en todas sus perspectivas e implicaciones los problemas de la emancipación universal de los trabajadores.

Hay una categoría intermedia que comprende oficios como carpinteros, tipógrafos, sastres, zapateros y otros muchos semejantes, para los cuales se requiere un cierto grado de educación y unos conocimientos específicos, o por lo menos un esfuerzo físico inferior, y que por ello deja más tiempo para pensar. Entre esos obreros hay un mayor bienestar relativo y, en consecuencia, más altanería burguesa. Sus instintos revolucionarlos son considerablemente más débiles que en la primera categoría, relativamente no especializada. Pero, por otra parte, encontramos allí aun mayor número de hombres que piensan y razonan, aunque a veces de modo errado, y que construyen conscientemente sus convicciones. Al mismo tiempo, esta categoría contiene una proporción notable de retóricos incapaces para la acción porque su propensión a la charla vacía, ya veces la influencia de la vanidad o ambiciones personales, llegan a bloquear dicha acción, incluso conscientemente.

La categoría semi burguesa. Por último, existe tercera categoría de oficios manuales que produce bienes de lujo, y está vinculada por lo tanto a la existencia preservación del mundo burgués adinerado. La mayor parte de los trabajadores pertenecientes a este medio está completamente imbuida de pasiones burguesas, de la arrogancia burguesa y de los prejuicios burgueses. Afortunadamente, representan una minoría insignificante dentro de la masa general de trabajadores. Pero donde predomina la propaganda Internacional avanza muy lentamente y con frecuencia asume una tendencia claramente antisocial, puramente burguesa. En esos círculos predomina el ansia de una felicidad exclusivamente personal, de una auto-promoción individual -es decir, burguesa- prescindiendo de la emancipación y la felicidad colectivas.

Los salarios de esta categoría de trabajadores son incomparablemente más elevados, y su trabajo es al mismo tiende a un tipo más administrativo, ligero, limpio y respeta lo que en las dos primeras categorías. Este es el motivo de que haya más bienestar, más formación rudimentaria, más soberbia y vanidad entre ellos. Sólo se hacen socialistas durante las crisis comerciales que, en virtud del descenso consiguiente en los salarios, les recuerdan que no son burgueses, sino jornaleros.

El socialismo burgués encuentra su apoyo entre trabajadores de la tercera categoría. Se comprende que durante los últimos diez años, mientras el sistema cooperativo pacífico estaba todavía en la fase más alta de sus elevados sueños y esperanzas, el socialismo burgués encontrara su apoyo principal en el mundo de los artesanos, y no el de los obreros fabriles, y muy especialmente en las dos últimas categorías, las más privilegiadas y próximas al mundo burgués. El fracaso universal del sistema cooperativo fue una lección beneficiosa para la dañina aristocracia laboral.

La verdadera aristocracia laboral: la vanguardia revolucionaria. Pero junto con estos estratos existe también la aristocracia de un tipo distinto, una aristocracia benéfica y útil, no surgida de la posición sino de la convicción, cuyo rasgo es una conciencia de clase revolucionaria y una pasión y una voluntad racionales y enérgicas. Los trabajadores que pertenecen a esta categoría son los mayores enemigos de toda aristocracia y todo privilegio, bien sea de la nobleza, de la burguesía o incluso de algunos grupos de trabajadores. Pueden llamarse aristócratas sólo en el sentido más literal y original de la palabra, en el sentido de ser las mejores personas. Y, en efecto, son las mejores personas, no sólo entre la clase trabajadora, sino en la sociedad en su conjunto. Combinan en sí mismos, en su comprensión de los problemas sociales, todas las ventajas del pensamiento libre e independiente, de los criterios científicos unidos a la sinceridad de un firme instinto popular.

Les resultaría bastante fácil elevarse por encima de su propia clase, convertirse en miembros de la casta burguesa y ascenderé desde las filas del pueblo ignorante, explotado y esclavizado al afortunado cotarro de los explotadores; pero el deseo de ese tipo de mejora personal es ajeno a ellos. Están imbuidos de una pasión por la solidaridad, Y no comprenden libertad ni felicidad alguna salvo la que puede ser disfrutada junto con todos los millones de hermanos humanos esclavizados. Y es razonable que esos hombres disfruten de una influencia grande y fascinadora, aunque no buscada, sobre las masas de trabajadores. Añadid a esta categoría de trabajadores a quienes han roto con la clase burguesa y se han entregado a la gran causa de la mancipación del trabajo, y obtendréis lo que llamamos la aristocracia útil y benéfica del movimiento obrero internacional.

El humanismo proletario moderado por la firmeza. Si los verdaderos sentimientos humanos son degradados y falsificados en nuestros días por la hipocresía oficial y el sentimentalismo burgués- se conservan toda vía en alguna parte, es sólo entre los trabajadores. Porque los trabajadores constituyen la única clase social verdaderamente generosa, demasiado generosa a veces, y demasiado olvidadiza de los crímenes atroces y las traiciones odiosas de que frecuentemente es víctima. El proletariado es incapaz de crueldad. Pero al mismo tiempo esta movido por un Instinto realista que le lleva directamente hacia la meta adecuada y por un sentido común que le dice que si quiere poner fin a la maldad, es preciso doblegar y paralizar primero a los malvados.

Una clase indomable. No hay ahora poder en el mundo no hay medios políticos o religiosos existentes capaces de detener el impulso hacia la emancipación económica y la igualdad social en el proletariado de ningún país, y especialmente en el de Francia.

La gran masa de obreros no especializados de Italia y otros países constituye en sí misma toda la vida, el poder y el futuro de la sociedad existente. Sólo unas pocas personas del mundo burgués se han unido a los trabajadores, sólo quienes han llegado a odiar con toda su alma el actual orden político, económico y social, han vuelto la espalda la clase de la cual surgieron y han entregado todas una energías a la causa del pueblo. Esas personas son pocas y se encuentran muy alejadas entre sí, pero son muy valiosas por supuesto siempre que hayan matado dentro de sí toda ambición personal; en este caso, repito, son efectivamente muy valiosas. El pueblo les da vida, fuerza elemental y una base a partir de la cual extraer su sustento; a cambio estas personas traen consigo su conocimiento positivo el poder de abstracción y generalización, y las aptitudes organizativas, útiles para organizar sindicatos obreros, que a su vez crean la fuerza consciente de lucha sin la cual no es posible la victoria.

Posibles aliados del proletariado. Por muy profunda que sea nuestra antipatía hacia la burguesía moderna, por muy grande que sea el desprecio y la desconfianza que nos inspira, sigue habiendo dos categorías dentro de esta clase con relación a las cuales no perdemos la esperanza de verlas, al menos en parte, convertidas más pronto o más tarde por la propaganda socialista a la causa del pueblo. Una de ellas empujada por la fuerza de las circunstancias y las necesidades de su propia posición actual, y la otra por su temperamento generoso, parecen destinadas a tomar parte con nosotros en la liquidación de las iniquidades existentes y la construcción de un nuevo mundo.

Nos estamos refiriendo a la pequeña burguesía y a la juventud de las escuelas y universidades.



EL DÍA DE LOS CAMPESINOS ESTÁ AÚN POR VENIR


A excepción de Inglaterra y Escocia, donde no hay campesinos en el sentido estricto de la palabra, y a excepción también de Irlanda, Italia y España -donde están castigados Por la pobreza, y son revolucionarios y socialistas sin ser siquiera conscientes de ello-, los campesinos de casi todos os países de Europa occidental, en especial los de Francia y Alemania, están contentos a medias con su posición.

Disfrutan o creen disfrutar de ciertas ventajas, e imaginan que sus intereses consisten en preservar tales ventajas frente a los ataques de una revolución social. Si no disponen de los verdaderos beneficios de la propiedad, tienen al menos un fatuo sueño al respecto. Además, están mantenidos sistemáticamente en una total ignorancia por los gobiernos y por todas las iglesias oficiales y oficiosas de los Estados. Los campesinos constituyen el fundamento Principal, y casi único, sobre el que responsa la seguridad y el poder actual del Estado. En consecuencia, se han convertidos en objeto de especial atención por parte de todos los gobiernos y la mente campesina está siendo trabajada por todas las agencias gubernamentales y eclesiásticas, que intentan cultivar en ella las tiernas flores de la fe y la lealtad cristiana hacia los monarcas existentes, y sembrar saludables semillas de odio hacia la ciudad.

Los campesinos son una clase revolucionaria en potencia. Sin embargo, a pesar de todo, los campesinos pueden ser excitados a la acción, y más pronto o más tarde así lo hará la Revolución Social. Esto es cierto por tres razones 1.- Debido a su civilización retrógrada o relativamente bárbara, han retenido en su integridad el temperamento simple y robusto, y la energía afín a la naturaleza popular 2.- Viven del trabajo de sus manos y están moralmente condicionados por ello, lo cual engendra en su interior un odio, instintivo hacia todos los parásitos privilegiados del Estado, y todos los explotadores del trabajo 3.- Por último, por ser trabajadores, tienen intereses comunes con los trabajadores urbanos, de quienes sólo están separados por sus prejuicios.

Una revolución de obreros y campesinos bajo la dirección del proletariado. Al principio, un gran movimiento, verdaderamente socialista y revolucionario puede sorprenderles; pero su instinto y su sentido común innato es harán comprender pronto que la Revolución Social no, pretende despojarlos, sino conducir al triunfo, en todas partes y para todos, al derecho sagrado al trabajo, que debe establecerse sobre las ruinas del parasitismo privilegiado, y cuando los  trabajadores (industriales), inspirados por la pasión revolucionarla y abandonando el lenguaje pretencioso y escolástico de un socialismo doctrinario, vengan a decirles sencillamente y sin ninguna evasiva ni retórica lo que quieren; cuando vengan a las aldeas, no como maestros de escuela, sino como hermanos e iguales, provocando la revolución, pero no imponiéndola a los forzados de la tierra; cuando hayan entregado a las llamas todas las escrituras, pleitos, títulos de propiedad y rentas, deudas privadas, hipotecas y leyes criminales y civiles; cuando hayan hecho una hoguera con todos esos inmensos montones de cintas rojas, signo y consagración oficial de la pobreza y la esclavitud del proletariado; cuando los trabajadores hayan hecho todo esto, podemos estar seguros de que los campesinos les comprenderán y se alzarán junto a ellos.

Pero para que los campesinos se alcen en rebelión es absolutamente necesario que los obreros urbanos tomen la iniciativa en este movimiento revolucionario, pues solo entre los trabajadores de la ciudad se encuentran unidos en la actualidad el instinto, la conciencia clara, la idea y la voluntad consciente de la Revolución Social. En consecuencia, todo el peligro que actualmente amenaza la existencia de los Estados se centra fundamentalmente en el proletariado urbano.

El campesinado y los comunistas. Para los comunistas o socialdemócratas de Alemania, el campesinado, cualquier campesinado, toma el partido de la reacción; y el Estado, cualquier Estado, incluso el Estado bismarckiano, es una plataforma para la revolución. No pretendemos difamar a los socialdemócratas alemanes en esta cuestión. Hemos citado a este respecto discursos, panfletos, artículos de revista, y hasta sus cartas, como prueba de nuestro aserto. En general, los marxistas no pueden pensar de otra manera: siendo como son defensores del Estado, han de condenar cualquier revolución de un alcance y carácter verdaderamente popular, en especial una revolución campesina, que es anarquista por naturaleza y avanza en directo hacia la destrucción del Estado. Y en este odio hacia la rebelión campesina, los marxistas entran en una coincidencia llamativa con todos los estratos y partidos de la sociedad burguesa alemana.

Solidaridad básica de los campesinos y obreros.No debiéramos olvidar que los campesinos de Francia -o cuando menos do menos una gran mayoría de ellos- viven de su propio trabajo, aunque posean sus tierras. Esto es lo que les separa esencialmente de la clase burguesa, cuya gran mayoría vive de la explotación lucrativa del trabajo de las masas populares. Y esta circunstancia misma unifica a los campesinos con los obreros de la ciudad, a pesar de la diferencia de sus posiciones -diferencia claramente perjudicial para los obreros- y la diferencia de ideas, que desemboca demasiado a menudo en incomprensiones en cuestiones de principios.

El esnobismo proletario, dañino para la causa de la unidad entre los campesinos y los obreros. Lo que aleja, ante todo, a los campesinos de los trabajadores de las ciudades es una cierta aristocracia de la inteligencia bastante mal fundada, que los obreros exhiben jactanciosamente ante los campesinos. Los obreros son, sin duda, bastante más cultos, están más desarrollados en su mente, en sus conocimientos e ideas, y en nombre de esta pequeña superioridad científica tratan a veces a los campesinos con condescendencia, mostrando abiertamente su desprecio hacia ellos. Los obreros están muy equivocados al adoptar esta actitud porque en este terreno, y en apariencia con mucha mayo; razón, los burgueses, que están mucho más civilizados y desarrollados, podrían despreciarles a ellos. Como sabemos los burgueses no dejan pasar, desde luego, ninguna ocasión de destacar su superioridad.

En interés de la revolución, los obreros deberían abandonar todo desdén hacia los campesinos. Frente al explotador burgués, el obrero debería sentirse hermano del campesino.

La unidad revolucionaria de los obreros y campesino conducirá a la abolición de las clases. En la mayor parte de Italia, los campesinos son pobres de solemnidad, mucho más pobres que los obreros de las ciudades. No son propietarios como los campesinos franceses, lo cual es por supuesto muy beneficioso desde el punto de vista de la Revolución. De hecho, sólo en unas pocas regiones los campesinos consiguen ganarse malamente la vida como recolectores de cosechas. Este es el motivo de que las masas del campesinado italiano constituyan ya un ejército grande y poderoso de la Revolución Social. Dirigido por el proletariado urbano y organizado por la juventud socialista revolucionaria, este ejército será invencible.

En consecuencia, queridos amigos, al mismo tiempo que organizáis a los obreros de las ciudades, debéis utilizar todos los medios a vuestra disposición para romper el hielo que separa al proletariado urbano de la población de las aldeas, y para unificar y organizar a ambas clases en una y todas las demás clases desaparecerán de la faz de la tierra, no como individuos sino como clases.



 EL ESTADO: PERSPECTIVA GENERAL


¿El Estado es la encarnación del interés general? ¿Qué es el Estado? Los metafísicos y los juristas cultos nos dicen que es una cuestión pública: representa el bienestar colectivo y los derechos de todos, opuestos a la acción desintegradota de los intereses egoístas y las pasiones del individuo. Es la realización de la justicia, la moralidad y la virtud sobre esta tierra. En consecuencia, no hay deber más grande o más sublime por parte del individuo que ofrecerse, sacrificarse y morir, si es necesario, por el triunfo y el poderío del Estado.

Aquí tenemos en pocas palabras la teología del Estado. Veamos entonces si esta teología política no oculta bajo su aspecto atractivo y poético realidades más vulgares y sórdidas.

Análisis de la idea del Estado. Analicemos primero la idea del Estado tal como aparece en sus apologistas. Representa el sacrificio de la libertad natural y los intereses de cada uno -de los individuos y de las colectividades relativamente pequeñas, asociaciones, comunas y provincias- ante los intereses y la libertad de todos, ante la prosperidad del gran conjunto.

Pero esta totalidad, este gran conjunto, ¿qué es en realidad? Es una aglomeración de todos los individuos y de todas las colectividades humanas menores comprendidos en él y si este conjunto, para su propia constitución, exige el sacrificio de los intereses individuales y locales,

¿Cómo puede entonces representarlos realmente en su totalidad?

Una universalidad exclusiva, pero no inclusiva.No se trata, por tanto, de un conjunto viviente que proporciona cada uno la oportunidad de respirar libremente y qué llegue a ser más rico, libre y poderoso cuanto más amplio resulte el desarrollo de la: libertad y la prosperidad de todos en su seno. No es una sociedad humana natural que apoyare y refuerce la vida de cada una mediante la vida de todos. Al contarlo, es la inmolación de todo individuo y de las asociaciones locales; es una abstracción destructiva para una sociedad viviente; es la limitación o mas bien la negación completa de la vida y los derechos de todas las partes  que integran el conjunto con arreglo al supuesto interés de todos. Es el Estado el altar de la religión política donde se inmola siempre la sociedad natural: una universalidad devorad ora que subsiste a partir de sacrificios humanos, como la iglesia. El Estado, lo repito otra vez, es el hermano menor de la Iglesia.

La premisa de la teoría del Estado es la negación de la libertad humana. Pero si los metafísicos afirman que los hombres -en especial quienes creen en la inmortalidad del alma- están fuera de la sociedad de seres libres llegamos inevitablemente a la conclusión de que los hombres sólo pueden unificarse en una sociedad al precio de su propia libertad, de su independencia natural; sacrificando sus intereses  personales primero, y sus intereses locales después. Por consiguiente, la auto-renuncia y el auto-sacrificio son tanto más imperativos cuanto más numerosa es la sociedad y más compleja su organización.

En este sentido, el Estado es la expresión de todos los sacrificios individuales. Dado este origen abstracto y al mismo tiempo violento, debe continuar limitando la libertad en una medida creciente, y haciéndolo en nombre de esa falsedad llamada «el bien del pueblo», que en realidad representa exclusivamente los intereses de la clase dominante. De este modo, el Estado aparece como la negación y aniquilación inevitable de toda libertad, y de todos los intereses individuales y colectivos.

La abstracción del Estado esconde el factor concreto de la explotación de clases. Es evidente que todos los llamados intereses generales de la sociedad supuestamente representada por el Estado, que en .realidad son, sólo la negación general y permanente de los Intereses positivos de las regiones, comunas, asociaciones, y de gran número de individuos subordinados al Estado, constituyen una abstracción, una ficción y una falsedad, y que el Estado es como un gran matadero y un enorme cementerio, donde a la sombra y con el pretexto de esta abstracción todas las aspiraciones mejores y las fuerzas vivas de un país son mojigatamente inmoladas y enterradas y puesto que las abstracciones no existen en sí ni por sí, puesto que carecen de pies para andar, manos para crear o estómagos para digerir la masa de víctimas entregada a su consumo está claro que, lo mismo que la abstracción religiosa o celestial de Dios representa en realidad los intereses muy positivos y reales del clero, el complemento terrenal de Dios -la abstracción política del Estado- representa los intereses no menos positivos y reales de la burguesía, que actualmente es la principal, si no la única clase explotadora... .

La Iglesia y el Estado. Para demostrar la identidad del Estado y la Iglesia, pediré al lector que observe que los dos se basan esencialmente sobre la idea del sacrificio de la vida y los derechos naturales, y ambos parten del mismo principio: la maldad natural de los hombres que, según la Iglesia, sólo puede ser vencida por la Gracia Divina y mediante la muerte del hombre natural en Dios, y según el Estado, sólo a través de la ley y la inmolación del individuo sobre el altar del Estado. Ambas instituciones intentan transformar al hombre: una en un santo, y la otra en un ciudadano. Pero el hombre natural ha de morir, porque su condena la decretan unánimemente la religión de la Iglesia y la religión del Estado.

Tal es, en su pureza ideal, la teoría idéntica de la Iglesia y  del Estado. Es una pura abstracción; pero toda abstracción histórica presupone hechos históricos. Y estos hechos poseen un carácter enteramente real y brutal: violencia, expolio, conquista, esclavización. La naturaleza del hombre lleva a no contentarse con la simple realización de ciertos actos; siente también la necesidad de justificarlos y legitima a los ante los ojos de todo el mundo. Así, la religión vino en el momento oportuno a dar su bendición a los hechos consumados, y debido a esta bendición los hechos inicuos y brutales se transformaron en «derechos».

Abstracción del Estado en la vida real.Veamos ahora qué papel jugó y sigue jugando en la vida real, en la vida humana, esta abstracción del. Estado, paralela a la abstracción histórica llamada Iglesia. El Estado, Como he dicho antes, es efectivamente un gran cementerio donde se sacrifican todas las manifestaciones de la vida individual y local, donde mueren y son enterrados los intereses de las partes integrantes del todo. Es el altar donde la libertad real y el bienestar de los pueblos se sacrifican a la grandeza política; y cuanto más completo es este sacrificio, más perfecto es el Estado. De ello deduzco que el imperio ruso es un Estado par excellence, un Estado sin retórica ni sutilezas verbales, el más perfecto de Europa. Por el contrario, todos los Estados donde se permite respirar algo al pueblo son desde el punto de vista Ideal Estados incompletos, lo mismo que son deficientes las demás Iglesias en comparación con la Católica Romana.

El cuerpo sacerdotal del Estado. El Estado es una abstracción que devora la vida del pueblo. Pero a fin de que pueda nacer esa abstracción, de que pueda desarrollarse y continuar existiendo en la vida real, es necesario que exista un cuerpo colectivo real Interesado en el mantenimiento de su existencia. Esa función no pueden realizarla las masas del pueblo, pues ellas son precisamente las víctimas del Estado. Debe realizarla un cuerpo privilegiado, el cuerpo sacerdotal del Estado, la clase gobernante y poseedora cuya posición en el Estado es idéntica a la posición de la clase sacerdotal en la Iglesia.

El Estado no podría existir sin un cuerpo privilegiado. En efecto, ¿qué vemos a lo largo de la historia? El Estado ha sido siempre el patrimonio de alguna clase privilegiada: la clase sacerdotal, la nobleza, la burguesía; y al final, cuando todas las demás clases se han agotado, entra en escena la clase burocrática y entonces el Estado cae -o se eleva, si lo preferís así- al estatuto de una máquina. Pero para la salvación del Estado es absolutamente necesario que exista alguna clase privilegiada, con interés en mantener su existencia.

Las teorías liberales y absolutistas del Estado.El Estado no es un producto directo de la Naturaleza; no precede -como la sociedad- al despertar del pensamiento en el hombre. Según los escritores políticos liberales, el primer Estado lo creó la voluntad libre y consciente del hombre; según los absolutistas, el Estado es una creación divina. En ambos casos domina a la sociedad y tiende a absorberla por completo.

En el segundo caso (el de la teoría absolutista), esta absorción es evidente por sí misma: una institución divina debe devorar necesariamente a todas las organizaciones naturales. Lo más curioso en este caso es que la escuela individualista, con su teoría del contrato libre, conduce al mismo resultado. De hecho, esta escuela empieza negando la existencia misma de una sociedad natural anterior al contrato, pues tal sociedad supondría la existencia de relaciones naturales entre los individuos y, por lo tanto, de una limitación recíproca de sus libertades contraria a la libertad absoluta supuestamente disfrutada -según esta teoría- antes de concluir el contrato, y que en definitiva no sería más que ese mismo contrato, existiendo como un hecho natural y previo al contrato libre. Con arreglo a esta teoría, la sociedad humana sólo comenzó con la consumación de! contrato; pero entonces, ¿qué es esta sociedad? Es la realización pura y lógica del contrato, con todas sus tendencias implícitas y sus consecuencias legislativas y prácticas: es el Estado.

El Estado es la suma de negaciones de la libertad individual. Veamos el asunto más de cerca. ¿Qué representa el Estado? La suma de negaciones de las libertades individuales de todos sus miembros; o la suma de sacrificios hechos por todos sus miembros renunciando a una parte de su libertad en favor del bien común. Hemos visto que, según la teoría individualista, la libertad de cada uno es el límite o, si se prefiere, la negación natural de la libertad de todos los demás y es esta limitación absoluta, está negación de la libertad de cada uno en nombre de la libertad de todos o del bien común, lo que constituye el Estado Por ello, donde comienza el Estado cesa la libertad individual, y viceversa.

La libertad es indivisible. Se alegará que el Estado representante del bien público o del interés común a todos, suprime una parte de la libertad de cada uno para asegurar la parte restante de esta misma libertad. Pero este remanente será como mucho seguridad, en modo alguno libertad. Porque la libertad es indivisible; no es posible suprimir en ella una parte sin destruirla en su conjunto. Esta pequeña parte de libertad que está siendo limitada es la esencia misma de mi libertad, es todo. Por un movimiento natural necesario e irresistible, toda mi libertad se concentra precisamente en esa parte que está siendo reprimida, aunque sea pequeña.

El sufragio universal no es garantía de libertad.Pero se nos dice que el Estado democrático, basado sobre el sufragio universal y libre de todos los ciudadanos, no puede sin duda ser la negación de su libertad. ¿Y por qué no? Esto depende por completo de la misión y el poder delegado por los ciudadanos en el Estado y un Estado republicano basado sobre el sufragio universal, puede ser extraordinariamente despótico, incluso más despótico que un Estado monárquico, cuando bajo el pretexto de representar la voluntad de todos hace caer sobre la voluntad y el movimiento libre de cada miembro el peso abrumador de su poder colectivo.

¿Quién es el árbitro supremo del bien y el mal? Pero el Estado, se nos contestará, restringe la libertad de, sus miembros sólo en la medida en que esta libertad está inclinada a la injusticia ya la perversidad. El Estado impide que sus miembros maten, roben y se ofendan entre sí y en general evita que hagan el mal, dándoles a cambio una plena y completa libertad para hacer el bien. ¿Pero qué es el bien y qué es el mal?



ANÁLISIS DEL ESTADO MODERNO


Capitalismo y democracia representativa. La producción capitalista moderna y la especulación bancaria exigen para su pleno desarrollo un gran aparato estatal centralizado, pues sólo él es capaz de someter a su explotación a los millones de asalariados.

Una organización federal establecida de abajo a arriba y formada por asociaciones y grupos de trabajadores, por comunas urbanas y rurales, y por regiones y pueblos, es la única condición de una libertad real y no ficticia, aunque representa justamente lo contrario de la producción capitalista y de todo tipo de autonomía económica. ero la producción capitalista y la especulación bancaria se llevan muy bien con la llamada democracia representativa ; porque esta forma moderna del Estado, basada sobre una supuesta voluntad legislativa del pueblo, supuestamente expresada por los representantes populares en asambleas supuestamente populares, unifica en sí las dos condiciones necesarias para la prosperidad de la economía capitalista: centralización estatal y sometimiento efectivo del Soberano -el pueblo- a la minoría que teóricamente le representa, pero que prácticamente le gobierna en lo intelectual e invariablemente le explota.

El Estado moderno debe tener un aparato militar centralizado. El Estado moderno, en su esencia y en sus metas, es necesariamente un Estado militar, y un Estado militar se ve llevado por su propia lógica a convertirse en un Estado conquistador. Si no conquista, será conquistado por otros, y esto es cierto por el simple motivo de que donde hay fuerza, debe manifestarse de algún modo. De aquí se deduce que el Estado moderno debe ser invariablemente un Estado grande y poderoso; sólo bajo esta condición indispensable puede preservarse a sí mismo.

La dinámica del Estado y la del capitalismo son Idénticas. Lo mismo que la producción capitalista y la especulación bancaria, que a la larga engulle tal producción, deben expandirse incesantemente, bajo amenaza de quiebra, a expensas de las pequeñas empresas financieras y productivas, convirtiéndose en empresas monopolísticas universales y diseminadas por todo el orbe, también el Estado moderno y forzosamente militar se ve empujado por un impulso irreprimible a convertirse en un Estado universal. Pero  un Estado universal, cosa desde luego imposible, sólo puede existir sin iguales; la existencia de dos Estados semejantes resulta absolutamente Imposible.

Monarquía y república. La hegemonía es sólo una manifestación modesta, posible de acuerdo con las circunstancias, de este impulso irrealizable inmanente a todo Estado y la primera condición de esta hegemonía es la impotencia relativa y el sometimiento de todos los Estados vecinos. En la hora actual, de la máxima gravedad en sus implicaciones, un Estado fuerte sólo puede tener un fundamento la centralización militar y burocrática. En este sentido, la diferencia esencial entre una monarquía y una república democrática se reduce a lo siguiente: en una monarquía el mundo burocrático oprime y explota al pueblo para mayor beneficio de las clases poseedoras privilegiadas, y también para el suyo propio, y todo ello lo hace en nombre del monarca; en una república, la misma burocracia hará exactamente lo mismo, pero en nombre de la voluntad del pueblo. En una república el llamado pueblo, el pueblo legal, supuestamente representado por el Estado, ahoga y seguirá ahogando al pueblo efectivo y viviente. Pero poco mejor se sentirá el pueblo si el palo con el que se le pega se llama El Palo del Pueblo.

Ningún Estado puede satisfacer las aspiraciones del pueblo. Por democrático que pueda ser en su forma, ningún Estado -ni siquiera la república política más roja, que es una república popular en el mismo sentido que la falsedad definida como representación popular- puede proporcionar al pueblo lo que necesita, es decir, la libre organización de sus propios intereses de abajo arriba, sin interferencia, tutela o violencia de los estratos superiores. Porque todo Estado, hasta el más republicano y democrático -incluyendo el Estado supuestamente popular concebido por el señor Marx- es esencialmente una máquina para gobernar a las masas desde arriba, a través de una minoría inteligente y por tanto privilegiada, que supuestamente conoce los verdaderos intereses del pueblo mejor que el propio pueblo.

El inmanente antagonismo hacia el pueblo lleva a la violencia. De este modo, incapaces de satisfacer las exigencias del pueblo o de suprimir la pasión popular, las clases poseedoras y gobernantes sólo tienen un medio a su disposición: la violencia estatal, en una palabra, el Estado, porque el Estado implica violencia, un gobierno basado sobre una violencia disfrazada o, en caso necesario, abierta y sin ceremonias.

El Estado, cualquier Estado -aunque esté vestido del modo más liberal y democrático- se basa forzosamente sobre la dominación y la violencia, es decir, sobre un despotismo que no por ser oculto resulta menos peligroso.

Militarismo y libertad. Ya hemos dicho que la sociedad no puede conservarse como Estado sin asumir el carácter de un Estado conquistador. La misma competencia que en el campo económico aniquila y devora el capital, las empresas industriales y las propiedades inmuebles pequeñas e incluso medianas en favor del gran capital, las grandes fábricas y establecimientos comerciales, actúa también en las vidas de los Estados y conduce a la destrucción y absorción de los Estados medios y pequeños en beneficio de los imperios. Por ello, todo Estado, si quiere disfrutar de una verdadera independencia y no sólo de una independencia nominal sufriendo a sus vecinos, debe convertirse inevitablemente en un Estado conquistador.

Pero ser un Estado conquistador significa verse en la necesidad de someter a muchos millones de personas. Y esto requiere el desarrollo de una enorme fuerza militar. Y donde prevalece la fuerza militar, debe desaparecer la libertad, en especial la libertad y el bienestar del pueblo trabajador.

La expansión del Estado conduce a un incremento del abuso. Algunos creen que cuando el Estado se ha ampliado y su población se dobla, triplica o multiplica por diez, va haciéndose más liberal, y que sus instituciones, de su existencia y su acción gubernamental se harán más populares en cuanto a su carácter y más en armonía con los instintos del pueblo. Pero ¿sobre qué se basan esta esperanza y esta suposición? ¿Sobre la teoría? Sin embargo, en el terreno teórico es bastante obvio que cuanto mayor sea el Estado, cuanto más complejo sea su organismo y más ajeno se haga al pueblo -inclinándose por ello más sus intereses en dirección opuesta a los intereses de las masas del pueblo- mayor será la opresión Popular y más lejos estará el gobierno de una genuina autonomía popular.

¿O es que las expectativas se basan sobre la experiencia práctica de otros países? Para contestar a esta pregunta, basta mencionar el ejemplo de Rusia, Austria, la Prusia expandida, Francia, Inglaterra, Italia, e incluso los Estado Unidos de América, donde todo está bajo el control administrativo de una clase especial y enteramente burguesa, sometido al control de los llamados políticos o comerciantes en política, mientras las grandes masas de trabajadores viven en condiciones que son tan miserables y aterradoras como las dominantes en los Estados monárquicos.

El control social del poder estatal como garantía necesaria para la libertad. La sociedad moderna está tan convencida de esta verdad -según la cual todo poder político, sea cual fuere su origen y su forma, tiende necesariamente hacia el despotismo- que en cualquier país donde consigue emanciparse en alguna medida del Estado se apresura a someter al gobierno aun control lo mas severo posible, incluso cuando éste ha brotado de una revolución y de elecciones populares. Sitúa la salvaguarda de la libertad en una organización de control real y seria que se ejerce por la voluntad y la opinión popular sobre los hombres investidos de autoridad pública. En todos los países que disfrutan de gobiernos representativos, la libertad sólo puede ser efectiva cuando este control es efectivo. Por el contrario, cuando tal control es ficticio, la libertad del pueblo se convierte también en una pura ficción.

Los mejores hombres se corrompen fácilmente, sobre, todo cuando el propio medio promueve la corrupción de los individuos por una falta de control serio y oposición permanente.

La falta de oposición permanente y de control continuo le  convierte inevitablemente en un germen de depravación moral para todos los individuos, que se encuentran investidos con algún poder social.

La participación en el gobierno como fuente de corrupción. Muchas veces se ha establecido como verdad general que para cualquiera, incluso para el hombre más liberal y popular, basta pasar a formar parte de la maquinaria gubernamental para sufrir un cambio completo de aspecto y actitud. Si esa persona no se ve frecuentemente fortalecida y revitalizada por los contactos con la vida del pueblo si no se ve obligada a actuar abiertamente en condiciones de plena publicidad; si no está sometida a un régimen saludable e interrumpido de control y crítica popular destinado a recordarle constantemente que no es el amo ni siquiera el guardián de las masas, sino sólo su delegado o el funcionario elegido, sujeto siempre a revocación; si no se encuentra ante tales condiciones, corre el peligro de corromperse profundamente al tratar sólo con aristócratas como él, y corre también el peligro de hacerse un estúpido vano y pretencioso, saturado enteramente con el sentimiento de su ridícula importancia.

El sufragio universal como intento de control popular; el ejemplo suizo. Sería fácil demostrar que en ninguna parte de Europa hay un verdadero control por parte del pueblo. Pero nos limitaremos a Suiza, y veremos cómo se está aplicando este control...

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